viernes, 16 de diciembre de 2011

20. Pensamientos


El corzo ramoneaba suavemente los amentos de un avellano. El animal se movía con extrema delicadeza, como flotando sobre el tapiz de hierba blanca y quebradiza por la helada mañanera. Pequeñas nubecillas de vapor se desprendían de sus fosas nasales, disolviéndose tras una breve ascensión. Se trataba
de un macho de buen porte, dueño y señor de Oianburu. El mes de noviembre empezaba a marcar ya el inicio del invierno y pasados los meses de abundancia otoñal los corzos comenzaban a frecuentar los claros del bosque, en busca del abundante alimento de estas zonas.
De cuando en cuando, el animal tensionaba el cuerpo por completo y giraba la cabeza atento a los pequeños sonidos del amanecer helado, con las orejas enhiestas y la mirada expectante, atento a cualquier señal para perderse en la espesura como un rayo. Al rato se relajaba, volviendo al manjar que le ofrecía el avellano.Levantó de nuevo la cabeza para alcanzar el avellano, pero nunca llegó a catarlo de nuevo.

El siseo de una flecha terminó en su cuello. Sintió como la garra del pánico le atenazaba las vísceras y ya sólo pensó en correr y correr.

Tras la huida del animal hacia la espesura, un pequeño rastro de sangre quedó en el suelo, resaltando sobre la hierba antes escarchada.
El cazador se arrodilló junto a la sangre y la tocó con los dedos.
-Poca sangre- murmuró Uztai para sí mismo. Chasqueó la lengua. Ello significaba una herida no vital y una persecución prolongada de la pieza, hostigándola para mantenerla en movimiento y provocar su desangramiento. En todo caso un corzo herido no tenía ninguna probabilidad de escape. Se acomodó el arco y el carcaj, dispuso el cuchillo a mano y se internó en el bosque atento a los rastros dejados por el animal.
Mientras los ojos de Uztai detectaban de forma rutinaria aquí y allá las gotas de sangre dejadas por el corzo, su cerebro comenzó a rememorar los hechos de los últimos días. Lo que parecía un apetecible juego nocturno con June acabó con una extraña encerrona en la Isla. Aquellos hombres encapuchados –creyó reconocer alguna de las voces- le soltaron una perorata acerca del fin de los tiempos antiguos, de la fractura entre el hombre y la danza de la tierra. Uztai era un hombre sencillo, seguía algunas de las viejas costumbres, pero como la mayoría de las personas no ahondaba en el significado profundo de las mismas. Simplemente le proporcionaban una huída de las rígidas y arbitrarias normas de la religión cristiana, tan cercanas al poder terrenal de nobles y reyes. Además de ello, los encapuchados le susurraron algo más concreto y tangible. Le dijeron que Ecayus quería establecer un nuevo Monasterio. No al modo de los pequeños monasterios de Zeia o Aizpurdi, sino que ambicionaba una sede que rivalizara con Leyre o Irache. Y para ello pensaba hacerse con todas las tierras y propiedades del pueblo, pasando a cuchillo a quien se opusiera a sus propósitos. Y también le dijeron que anduviera ojo avizor, ya que Ecayus disponía ya de una primera lista de seguidores de las viejas costumbres. Por ultimo le refirieron que podría contar con la ayuda de algunos poderosos seres en su lucha.
El rastro era fácil de seguir y Uztai continuó con sus cavilaciones. ¿Qué lucha? Él solo quería comprar una casa, tener una mujer sin pagar por ella y olvidarse de batallas y sangre. Además después de todo aquello se encontraba algo resentido con June, el silencio se había instalado entre ambos y su escasa habilidad
para resolver temas personales no le estaba ayudando mucho. Para colmo, el dulero de Asiain se había hecho con una parcela a la que Uztai le había echado el ojo, con lo que seguía sin casa ni proyecto firme alguno.
El corzo reclamó su atención de nuevo. El pobre animal se encontraba ya bastante débil y atravesaba lentamente una zona abierta y desprotegida. Volvió a montar el arco, tensó la cuerda, apuntó con cuidado y… observó atónito como algo se abalanzaba sobre el corzo, acarreándolo sin esfuerzo alguno y desapareciendo con él de nuevo en el bosque.
Tras la escena el claro quedó en silencio, como congelado. Un aroma indefinido a cuero, musgo, sudor y tocino rancio flotó en el ambiente durante unos instantes y luego se desvaneció.
Uztai notó como todos y cada uno de los pelos de su cuerpo se ponían de punta.

lunes, 24 de octubre de 2011

19. Fiesta de Sangre

A Ecayus la cabeza le hervía. Tras el lamentable traspiés ocasionado por la matanza de los mercenarios, había tenido que recomponer todos sus planes. La solución escogida se basaba en hacer creer que esa banda no tenía nada que ver con él, y que simplemente se trataba de bandidos. Había completado el plan preparando una fiesta para agasajar al pueblo entero y en especial a los valientes que habían liderado el combate.

-Valiente chusma-pensaba Ecayus- ¿quién iba a pensar que entre los muros de Egillor se cobijaban en este preciso momento gentes de guerra?-. Después de todo, se tenía que haber cerciorado. Desde la muerte del Rey Sancho el Mayor, años de guerra e intrigas  habían hecho cambiar a demasiados hombres los aperos por espadas y cotas de malla y cuero. El Reino de Pamplona era pieza codiciada por los reinos vecinos y un soldado podía ganarse muy bien la vida sin deslomarse por los campos.

En todo caso el pueblo siempre respondía bien a los halagos a sus menguadas tripas, así que la paz había llegado con la sola e increíble  mención del hecho de asar una ternera del monasterio para los campesinos, regada además con tres odres de hidromiel, sidra y vino. Sus hermanos frailes no iban a la zaga al populacho en su renovado alborozo. Las conversaciones en el claustro se centraban en los diferentes platos que entrarían a formar parte del menú: estofados de anguilas, palomas en escabeche, compotas de ciruelas con higos... La cocinera estaba aún más solicitada que de costumbre.

La fiesta se celebraría en cuanto se instalara un corto veranillo que diera la opción de celebrar la fiesta en una gran mesa fuera del monasterio. Las guarniciones de Garaño y de Olarregi también estaban invitadas.

Para matarlos a todos, claro.

martes, 20 de octubre de 2009

18. Paseo por el río

Era ya de noche y a Uztai le precedia el vaho de su aliento cuando se encontró con June en la fuente de Iturrotz. Hacía un frío del demonio y la fuente estaba helada.
- Vienes solo? -le pregunto June con una sonrisa.
- Emmm... al final Lope tenía cosas que hacer- balbuceó Uztai.

La realidad es que a última hora y de improviso se presentó la cocinera de Zeia en casa de Uztai con una olla de cardo con almendras y tomillo que había "sobrado" del Monasterio. El aroma del manjar había sido obstáculo más que sobrado para que Lope considerara imposible meterse en el agua del río en noviembre, incluso con la compañía de June. Una mirada de la cocinera también influyó lo suyo.

-No hay problema, vamos entonces los dos solos - dijo June mientras emprendía el camino del río. A Uztai le pareció que la joven no se extrañaba en absoluto de la ausencia de Lope. A él tampoco le importaba. Nada.

Del agua del río se elevaba una nieblilla fantasmagórica que se deslizaba entre la vegetación helada. La luz blanca de la luna iluminaba el camino de carretas que discurría a la par del cauce. June le cogió de la mano y el frío de la noche disminuyó un poco para Uztai. Avanzaron dejando atrás las uberkas. En un momento dado, la mujer se detuvo. Le miró a la cara y le pasó la mano por la mejilla mientras le susurraba algo ininteligible al oído. Luego June se remangó la falda y se dirigió hacia el agua, alejándose unos metros. El hombre no daba crédito a lo que veía. Aquella mujer efectivamente se iba a introducir en el agua helada del río en el mismísimo Noviembre.

La siguió apresuradamente con la sangre en plena ebullición por los roces, los susurros y el paseo de la mano. Cuando ya iba a introducir el pie en el agua, para su sorpresa se encontró con unos tablones cuidadosamente dispuestos sobre algunas losas, a modo de precario puentecillo. June ya desaparecía en la orilla opuesta.. ¿tan cercana? ¡estaban en la isla! Mientras Uztai se internaba en la maleza tras June, su cabeza pensaba en que desde luego la isla no era un lugar muy visitado, incluso había árboles muertos que nadie aprovechaba pero también un buen sitio para acechar a las nutrias y para pescar anguilas fuera de las uberkas y ..

De repente se encontró dentro de un claro iluminado por antorchas y rodeado por una decena de figuras en penumbra.

martes, 7 de julio de 2009

17. Calma, mentiras y...

El fuego de la casa que ahora ocupaba Uztai crepitaba alegremente, ajeno al silencio que se había establecido entre los dos amigos. Lope apuraba otro vaso del áspero txakoli de Txurio. Era la única forma que conocía para apaciguar a la bestia que le rugía dentro. Se sentía traicionado por su amigo.

Al otro lado de la mesa Uztai jugueteaba con un pequeño cuchillo haciendo muescas en la escudilla de madera que albergaba una panceta que merecía mayor atención. Había conseguido al fin apaciguar a Lope y a la turba que se disponía a un ataque suicida contra una tropa alerta y apostada en un alto. El problema es que muy probablemente Lope no lo veía exactamente así, claro.

Precedida por una fragancia indefinida, June penetró en la estancia. Miró a ambos, se desprendió de una tosca capa de lana dejando ver sus hombros desnudos y se sirvió un vaso de vino, sentándose a la mesa.

- Vuestro amigo Enecco se recuperará.

Lope y Uztai miraron a la mujer. Para empezar, no estaban acostumbrados a que una mujer joven se mostrara tan resuelta en su presencia. En realidad ambos estaban sólo habituados a taberneras o a las mujeres que pudieran pagar. De reojo Lope observó también como Uztai miraba a June y sonrió socarronamente.
La presencia de la atractiva bruja había disipado la tensión entre ambos hombres.

No obstante, la mención a Enecco les sobresaltó. No habían pensado en él desde que descubrieron a la tropa de bandidos. Inconscientemente le daban por huído o por muerto a manos de Ecayus.

Con un tono tranquilo, casi susurrante, y mirándoles alternativamente a los ojos a ambos, June volvió a hablar - El abad "agradece" vuestra labor con los forajidos y pretende realizar una fiesta en vuestro honor. Dice que lo que es bueno para el pueblo lo es también para Zeia. Quiere hacer creer que no tiene nada que ver con el asunto. Y.. no se separa de la guarnición del gaztelu, claro. Cuentan que ha pedido también refuerzos a Orarregi-.

- Por cierto, ¿alguna vez os habéis bañado en el río en invierno?.- Esta vez la voz de June sonaba cantarina e insinuante.

Lope y Uztai se miraron atónitos, como dos niños desconcertados ante las palabras de una loca.

miércoles, 6 de mayo de 2009

16. Tablas

-Vamos a pasar a cuchillo a todos esos frailes hijos de Satán !!!!!!

El grupo de paisanos había cogido las armas de los mercenarios y encontraba a través de las palabras de Lope un ardiente destello de luz en su enmohecida existencia.
-Muuuuueeeerrrrrrttttteee!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Uztai recogía sus flechas y observaba a su viejo amigo, curtido en mil batallas, imprecando espada en mano y azuzando a la pequeña y exaltada turba. Estaba en su salsa. Veterano de mil batallas, por oro o por que sí, pero milagrosamente vivo aún. Incendiando Edimburgo, Flandes o Egillor. Que más daba. Siempre a tope.
Pero allá en lo alto, hacia el Este, en la loma del Monasterio, se observaba gente. Personas en formación?. Quizás una tropa.

-Lope, disculpa ¿podemos hablar un momento?

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Ecayus observaba dolorido los acontecimientos desde la planicie de Zeia. Belasius había partido ya hacia Iruña a uña de caballo, con su guardia personal, con el alto funcionario real y su séquito.
El fracaso había sido evidente y doloroso. En vez de contratar a eficientes mercenarios franceses, cometió el error de apalabrar un acuerdo con apenas una partida de malhechores calagurritanos deambulantes. Definitivamente no había sido buena idea ahorrar para impresionar al abad de Leyre con vino y comodidades.

Pero le protegía la guardia del gaztelu de Garaño, que creía firmemente que un espía había asesinado a su Señor y que además buscaba hacer méritos para seguir con su salario.
-Preparaos, van a subir aquí.

domingo, 5 de abril de 2009

15. Masacre

Los acontecimientos se desarrollaron con rapidez.
Uztai y los suyos detectaron sorprendidos a la tropilla que se acercaba a las casas de la parte baja del pueblo. Parecían ladrones o algo por el estilo, aunque mostraban un cierto aire militar, propio de gentes familiarizadas con el ejército.
Tanto él como Lope eran soldados veteranos y contaban también con la ayuda de Iñigo y de un amigo suyo que portaba un artilugio que Uztai sólo había visto usar a los mercenarios genoveses, una ballesta. Aunque en su opinión se trataba de un arma inferior al arco por su aparatosidad y lentitud de carga, no cabía duda de que una vez dispuesta era un arma formidable y fácil de usar.
Tomaron sus pertrechos y salieron cuidadosamente de la vivienda.

Se apostaron tras la casa del Señor de Goñi y observaron la situación. La avanzadilla de la tropa de mercenarios se encontraba cerca de Betikoetxea y el resto, unos 12 hombres, avanzaba a campo abierto desde la regata de Sagarmin. Iban regularmente equipados y no portaban armaduras ni escudos.

Lope, Iñigo y una docena de personas más salieron huyendo y gritando por el camino hacia el puente.
El grupo de mercenarios al completo se lanzó a por ellos atajando por los campos, visiblemente regocijados por la estampida de los habitantes del pueblacho y por las voces agudas que delataban la presencia de siempre apetecibles mujeres. La playa de Egillor se hallaba sembrada de cereal de invierno y carecía de cualquier tipo de arbolado o edificios.

El más lento de la tropa ni siquiera oyó el silbido antes de caer al suelo.

Uztai estaba situado en una posición cómoda y dominante en la tapia de Satostegirena, con un montón de flechas clavadas ante sí y disparando su arco hacia los hombres que, pasada la euforia de los primeros momentos, se movían torpemente en el campo reblandecido por las lluvias de noviembre.
Se encontraban a unos cien metros y caían ya como moscas. Un arquero entrenado disparaba 15 flechas por minuto y a esa distancia al menos 5 de cada 10 flechas daban en el blanco. Pronto había tres hombres en el suelo inmóviles y otros tantos arrastrándose malheridos. El grupo de Lope comenzaba también a hacer funcionar la ballesta a más corta distancia desde el camino.

Con el campo despejado, Uztai suspiró. Las mismas sensaciones que hace un año en Hasting. La misma devastadora eficacia de un arquero entrenado. Los enemigos caían como la hierba ante la guadaña. Un arquero experto con años de práctica era invencible a cierta distancia a campo abierto y aquellos hombres no habían tenido ni una sola oportunidad. El arco no era aún un arma de guerra común en Europa y poca gente sabía manejar un verdadero arco galés.
Mientras tanto Lope e Iñigo daban finalmente cuenta de los pocos infelices que, atravesados de flechas, se mantenían aún en pie. El hacha y la espada cumplían así también su milenaria labor con los infortunados malhechores de forma eficaz y más tradicional.

Uztai recorrió lentamente la distancia que le separaba de sus camaradas. Lope estaba agachado y limpiaba su cuchillo en la capa de uno de los asaltantes, que curiosamente carecía de ambas orejas. Luego Lope dirigió su mirada hacia la loma de Zeia.

-Que decía aquí el amigo que esto tiene que ver con nuestros ilustres visitantes-. Hizo una breve pausa y con una risotada le arrojó una enrojecida y amputada oreja a Uztai, mientras le espetaba: -¿Me oyes?.

lunes, 23 de marzo de 2009

14. Resplandor en Txurio

Toñus sudaba dándole a la zarrakamalda en Txurio.

Uztai le había alejado del pueblo y le había encargado conseguir un buen montón de ollagas para la matanza de un par de txerris. Aunque Toñus se daba perfecta cuenta de que preferían tenerlo alejado de una reunión, aceptó de buen grado un poco de ejercicio físico a cambio de ayudar a su amigo. Y además quería ver de cerca esa historia del cerdo.

El montón de ollagas era ya considerable y Toñus se preguntó si sería suficiente. Se sentó un momento en una piedra observando como el sol se ocultaba un día más tras la mole de Sarbil.
Aunque hacía frío, la actividad le había coloreado los mofletes y el sudor le corría por la frente. Gozando del cansancio y de los últimos rayos de sol de la tarde, sacó un poco de cecina de su hatillo y la masticó perezosamente mientras gozaba de la vista sobre la sierra, el castillo, el pueblo ya en sombra desde hace rato, el río y.. esa gente?

Rápidamente se dio cuenta de que algo iba mal. Una tropilla se acercaba a las casas situadas en la parte baja del pueblo. Toñus tenía experiencia en asuntos de soldados y éstos eran claramente mercenarios, cuando no directamente bandidos. El hecho de que avanzaran en silencio y con las armas dispuestas lo corroboró en su impresión.
No se oía ruido alguno ni se veía a nadie en las calles del pueblo en aquella fría tarde de noviembre.
Quería llamar la atención de sus amigos de alguna forma, pero.. ¿cómo?

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Por su parte, Uztai miraba al fuego del hogar, pensativo.

- Lope, sigo sin verlo claro. Que vamos a hacer con los abates y frailes , ¿prisioneros?

- Una por una, lo importante es capturarlos y hacernos con el gaztelu. Luego podremos negociar. En ausencia del Rey, tendremos tiempo para preparanos para el futuro. No sería la primera vez que un golpe de mano como éste da origen a un nuevo señorío.

- No sé, no sé... Uztai se levantó y comenzó a pasear por la estancia.
- Un nuevo señorío... otro collar.. otro yugo..
- Cualquier cosa es mejor que sufrir a los frailes y al loco de su abad Ecayus, que nos quiere utilizar como esclavos para construir su monasterio.

- En eso tienes razón, Lope, pero.. -Uztai se acercó a la ventana y se asomó un poco para respirar el fresco aire de la tarde- ¿Que coño es eso?

Una gran hoguera se levantaba en la ladera de Txurio y a su lado un hombre saltaba y agitaba los brazos como un poseso.

miércoles, 4 de marzo de 2009

13. Conclave (II)

Johanes de Iltzarbe miró de hito en hito a sus contertulios. Se sentía un tanto abotargado por el vino, pero no lo suficiente como para no intuir que algo estaba pasando, más allá de la muerte violenta de un fraile. Como si pisara arenas movedizas. Se sirvió otra vez de la jarra de vino y apuró el vaso de un solo trago del especiado vino.

La mosca había caído en la telaraña.

Los prelados se miraron entre sí y, de forma casi simultánea, uno de los guardas de Johanes le asestó una cuchillada que le atravesó de parte a parte el gaznate.
El hombre a duras penas pudo gorgotear unos leves sonidos y se derrumbó sobre la mesa apenas con la mano crispada sobre la empuñadura de la espada.

- Guardias!!! -chilló el abad Belasio, mientras señalaba al atónito asesino.

Tres hombres entraron en la sala y atravesaron al desgraciado soldado, que había vendido su alma por un puñado de dirhems sin sospechar que perdería también su vida en el trato.

Casi simultáneamente entraron tres frailes chillando, agudos como gorrines:

-Abad Ecayus!!! un ejército viene por el camino del río y avanza hacia Egillor!!!

Ecayus les miró con comiseración. No habían comprendido ellos tampoco que la decisión estaba tomada. Leyre había apostado por una nueva sede monástica en aquellas tierras y nada ni nadie iba a poder impedirlo. Menos aún un puñado de harapientos. Una vez eliminado el alcaide y con el rey batallando lejos, sólo era cuestión de horas el sometimiento total de la población y una necesaria y ejemplar depuración.
Con el apoyo de Belasio y algunos altos funcionarios, el rey Sancho les estaría agradecidos a su vuelta. Después de todo, la limpieza de aquellas tierras no le iba a costar ningún favor adicional. Los fondos para pagar a la tropa mercenaria habían salido de las surtidas arcas de Leyre. El propio arquero del bosque le había proporcionado la idea al recordarle los soldados franceses que entrenaban su tiro en las afueras del monasterio.

Acompañado de Belasius, salió al exterior apartando a la asombrada guardia del difunto Johanes y contempló la escena.

Un grupo heterógeneo de hombres armados a caballo y a pie estaba a punto de alcanzar Betikoetxea.

lunes, 9 de febrero de 2009

12. Conclave (I)

Nadie recordaba que en Zeia hubiera habido un acontecimiento semejante.

En torno a la recia mesa de roble se hallaban reunidos Ecayus, el abad de Zeia y el tenente de Garaño, Johanes de Iltzarbe. Hacia ya un tiempo que ambos habían acabado con la carne asada. La cocinera había retirado la fuente de madera y les trajo otra jarra de vino. Ecayus no bebía, pero el tenente trasegaba el espumoso caldo de Txurio por ambos. El silencio se había instalado en la habitación.
En ese momento oyeron ruido de caballos y voces. Salieron al exterior y se acercaron al nervioso grupito de frailes que sujetaban los mulos que tiraban del carromato. Aunque se trataba de una visita anunciada, ambos comprobaron asombrados con sus propios ojos como Belasio, el mismísimo abad de Leyre y segunda persona en importancia del Reino de Navarra, descendía y ponía pie en tierras de Zeia.

Tras los saludos y besamanos de rigor, penetraron al interior del refectorio, que había sido adecentado para la ocasión. Junto a Belasio también había acudido un alto funcionario de la cercana Corte de Iruña, que tomó asiento a la mesa con aire circunspecto.
Tras saciarse con abundante vino y cecina, los cuatro hombres comenzaron a deliberar sobre el grave suceso que había acontecido en el viejo monasterio.

La violenta muerte de fray Gervasio no hubiera tenido tanta importancia sino fuera por los ambiciosos planes de Leyre de una nueva sede monástica en el valle de Garaño. Además, la aparición de un fraile muerto en un prostíbulo hubiera sido poco más que rutinaria, pero no en la puerta del convento, desnudo y desnucado.

Un tanto dubitativo, Johanes de Iltzarbe se animó a tomar la palabra.-Mis hombres me dicen que nadie sabe que pasó, la gente está desconcertada-

-Nos resulta dificil confiar en tí, Johanes. Cuando el rey Sancho regrese de sus asuntos, puede que revise tu nombramiento- A pesar de la brutalidad de la revelación, la voz del funcionario sonaba desprovista de cualquier tipo de emoción.

El tenente subitamente se dió cuenta de que pintaban bastos. Regía el gaztelu de Garaño, pero sin el correspondiente pago del rey por sus servicios estaría en una situación económica delicada, por no hablar de la deshonra de ser destituido y del final de sus posibilidades de ascender en la escala social. Además comenzaba a lamentar haber bebido tanto vino, se sentía un poco embotado.

Belasio intervino entonces: -Johanes de Iltzarbe, además de beber vino, debes de cuidar de los asuntos de nuestro rey Sancho - hizo una pausa- y... también de los de nuestro Señor. No sólo está el asesinato de fray Gervasio, el abad Ecayus también me ha hecho llegar noticias de ritos satánicos, de viejas costumbres, de canibalismo, de forajidos, de reuniones secretas, de brujería y procacidad. ¿Que tienes que decir a lo que ocurre bajo tu vigilancia?

Johanes de Iltzarbe no atinaba a articular palabra ante el giro de los acontecimientos. Se trataba de un jauntxo capaz de manejar un cuerpo de 25 hombres armados, de exprimir a los aldeanos e incluso de manejarse con soltura en perseguir bandidos y organizar partidas de castigo. Era lo que se esperaba de un tenente. Pero de ahí a comprender la política y los objetivos de las ilustradas personas que tenía delante, mediaba un abismo. ¿Que era lo que pretendían de él?

domingo, 18 de enero de 2009

11.Batzarre!

El ambiente estaba muy caldeado. Uztai no acababa de comprender porqué habían subido a la borda del nueve para celebrar un Batzarre secreto. Evidentemente todo el mundo se iba a enterar más pronto que tarde. No obstante el resto del valle hacia tiempo que miraba con desconfianza al revoltoso pueblo de Egillor, por lo que en definitiva no tenia gran trascendendecia el "secreto" lugar elegido.

Desde su rincón observaba la interminable sucesion de gritos y discusiones en las que nadie conseguia imponer orden alguno. Sonrió.
Había sido asi desde que tenía uso de razón, algo en este pueblo provocaba un punto de deliciosa anarquía en sus habitantes. La discusion iba subiendo de tono y en estos momentos el punto de interés de la reunion se centraba en dos vecinos enfrascados en un toma y daca sobre la conveniencia de acatar al nuevo abad y prosperar a la sombra del monasterio o más bien pasar a cuchillo a la congregacion entera esa misma noche.
Estaba claro que no se iba a llegar a un punto común en breve.

Sus pensamientos divagaron hacia June, que estaba preparando ya un relajante brebaje para los congregados. Cuando Uztai abandonó el pueblo era una niña y hoy era una interesante mujer de animada charla y profundos conocimientos adquiridos junto a Iluna.

El día anterior se habian topado los dos en la misma encina del carasol de Txurio, la que proporcionaba maravillosas trufas en los meses invernales. Siempre creyó que era el único que conocía aquella trufera, pero habia subestimado a Iluna. La vieja utilizaba la prohibida trufa para sus preparados y ahora sin duda June continuaba sus hábitos. Se miraron con complicidad a escasos metros del árbol, mintieron vanalmente sobre sus propósitos y siguieron con sus cuitas por caminos separados.

El aroma de la trufa negra estaba invadiendo ahora la vieja borda y comenzaba a estimular otros planos mentales en aquellas gentes reunidas en un rincón perdido del mundo, reunidas como sus antepasados y como sus descendientes y como otros tantos millones de hombres y mujeres a lo largo de eones. Otros seres asistian impasibles al parloteo incansable de los humanos, a menudo tan alejados de los aspectos verdaderamente trascendentes de la vida.

Desde luego a Uztai lo que cada vez le resultaba más trascendente era la presencia de June, que ahora entonaba suavemente una cancioncilla mientras empezaban a circular tazones de una sopa grasa de fuerte aroma.

- Manteca, gallina, cebolla, vino y.... qué más? le espetó burlonamente a June
- Debería darte vergüenza vender la boilurra ... sonrió June
- La trufa hace amables a las mujeres y dulces a los hombres, o al menos eso creen en la Corte y en los prostíbulos de Iruña . Y además la Iglesia la prohíbe, así que su precio no deja de subir. Sabes que necesito dinero para comprar una casa y ganado.

Ambos sorbieron del mismo tazón otra vez. Estaban envueltos en el sensual aroma de la boilurra.

- Y vas a abandonar tus batallas, tus viajes, tus aventuras.. ?
- Es hora de establecerse June. Estoy cansado de ir de aquí para allá.

En ese momento el ruido se hizo ensordecedor y varios hombres tuvieron que intervenir para separar a dos apasionados discutidores que porfiaban ahora por la pieza de la Lentejera. Un nuevo batzarre caótico estaba a punto de terminar sin que el pueblo tomara ninguna decisión. Uztai volvió a su conversación con June.

- Un hombre desaparecido y un fraile asesinado. Vaya momento que he escogido para volver a casa.
- No es que Martxel haya exactamente desaparecido. El también ha cambiado, como tú. Estará siempre entre nosotros, pero de otra manera.
- No te entiendo June.

Ante la inesperada carcajada de June, Uztai sintió un fulgor en su interior que casi le derrite. ¿Estaría usando esta mujer algún tipo de magia sobre él?

lunes, 29 de diciembre de 2008

10.Velada al fuego

Ecayus observaba el fuego y meditaba sobre lo acontecido el día anterior.

Había puesto las cartas sobre la mesa con la escenografía y rotundidad planeada en Leyre. Después de acordarlo con el tenente de Garaño y solicitar la ayuda de sus soldados, sólo hubo que apartar del escenario al cura local, que ofreció poca resistencia. El populacho quedó aterrado.

A partir de ahora los acontecimientos deberían de sucederse con cierta velocidad. Se compraría, convencería o amedrentaría a los pocos propietarios de terrenos adecuados y con la ayuda económica de Leyre y del Rey Sancho se contratarían constructores afamados. Además de los necesarios artesanos, los campesinos serían utilizados como mano de obra gratuita a cambio de un sitio en el cielo y el pan de cada día.
En pocos años debería de contarse ya con un nuevo edificio digno para los monjes, cerca del río y no en un barranco inhóspito bajo el arbolado. La mente de Ecayus comenzó a elucubrar sobre un posible impuesto para el puente. Podría incluso ser útil para financiar el inicio de las obras. Mañana hablaría con el tenente. Las ideas se sucedían en cascada, sin duda por inspiración divina.

Se reacomodó en la sobria silla. Es cierto que la Orden preconizaba la austeridad, pero Ecayus consideraba excesivas las incomodidades de este pequeño monasterio. Sin embargo no parecían afectar demasiado al resto de frailes,más preocupados por el vino y la carne que por cualquier otro refinamiento.

- Por la carne.. -musitó Ecayus, rememorando la visión de la cocinera moviéndose de forma acompasada en la ventana de la cocina.

Empezaba a sospechar que el Señor verdaderamente le había depositado en aquel rincón del mundo para someter a prueba su capacidad. Toscos campesinos, monjes incontinentes, ritos funerarios demoníacos, mujeres libidinosas y quién sabe que más.
Sobre todas estas inmundicias erigiría un nuevo y maravilloso Santuario, para honra de Dios y.. de sí mismo. Sería recordado para siempre, quizás tanto como el abad Virila. Esta ensoñación le provocó un escalofrío de placer que le sacudió el espinazo. Se iba a acercar un poco más al fuego a calentarse cuando escuchó un sonido ahogado en el exterior.

Se asomó a la ventana. Fuera ya estaba casi oscuro y soplaba el sempiterno viento noroeste de la zona en un típico y despacible día de noviembre. Los robles se movían soltando algunas hojas testarudas y varias gotas de lluvia impactaban sobre el basto vidrio de la ventana. Por un momento pensó en las gozosas vidrieras de Leyre y en el calor del gran fogón de la biblioteca.

Una roca blanquecina destacaba bajo uno de los robles a la tenue claridad de aquel atardecer. Ecayus forzó un poco más la vista y se percató de que su textura era un poco extraña. De pronto un relámpago iluminó nítidamente la escena.

Había en el suelo un fraile desnudo, con la mirada espantada y la cabeza retorcida en un ángulo imposible.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

9.Oficio nocturno

Los cuatro soldados del Rey se detuvieron al pie de las escaleras del púlpito. La fluctuante luz de sus antorchas iluminaba fantasmagóricamente el rostro de Ecayus, que comenzaba a dirigirse a la atónita aglomeración.


Los aldeanos desde luego no estaban acostumbrados a semejantes coreografías y contemplaban pasmados al abad, que sobresalía sobre la penumbra entre las llamas y el humo de las antorchas. Quién supo se santiguó o musito rezos malaprendidos. Algunos creyeron ver en él al rostro de Sugaar, la serpiente macho que atraviesa el firmamento en forma de hoz de fuego.


Ecayus contemplaba satisfecho las bocas abiertas del populacho a sus pies. La mano derecha del abad de Leyre estaba tomando posesión de sus dominios. Belasio estaría orgulloso al ver que comenzaba a subyugar al valle de Garaño. Al calor del enorme hogar de Leyre lo habían debatido ambos varias veces: ¿porqué este valle, núcleo original del Reino Vascón de Pamplona, no contaba con un Monasterio de la grandeza de Leyre o Silos? Un caudaloso río, feraces bosques, grandes pastizales, antiguos caminos, cultivos, viñas, frutales, la omnímoda presencia de la más fuerte de las antiguas fortalezas, todo ello había hecho florecer varios intentos monásticos, pero siempre modestos. El prestigio de Zeia zaharra se basaba en su antigüedad, no en su importancia económica.


La verdadera misión de Ecayus comenzaba ahora: propiciar un nuevo y poderoso complejo monástico a partir de la semilla de Zeia zaharra. Un nuevo Monasterio hermano de Leyre y bien situado en Iruñerria. Un lugar que reforzase el peso de Leyre en el reino de Navarra. Por añadidura, un gran salto en la carrera eclesiástica de Ecayus, que había de comenzar por santificar aquellas tenaces gentes.

- Hijos míos.. estoy aquí para garantizar que cumplís los mandatos de nuestro señor -después de esta enigmática frase hizo una breve pausa- Corren noticias de ritos satánicos que contaminan y llenan de inmundicia las tierras de Zeia-zaharra.


Tan brutal afirmación hizo que la multitud se quedara aún más atónita. Todos esperaban una toma de contacto formal con el nuevo abad, al que habría que tomarle el pulso durante unos años hasta lograr un equilibrio más o menos estable.

De nuevo varias voces y gritos surgieron entre la penumbra:

- Dios os vigila !!!!

- Arderéis en un infierno eterno !!!

- Dios conoce vuestras almas pecadoras!!

- El Leviatán guía vuestros actos impuros!!!

La gente intentaba descubrir a los causantes de los gritos, pero era difícil en la penumbra.

Ecayus volvió a tomar la palabra. Clavando de hito en hito sus ojos en los rostros de sus vasallos dijo:

- Por el momento no merecéis un oficio en suelo consagrado. Debo conocer los nombres de los impuros que adoran a Satán y a deidades paganas. Después de haberos librado de ellos, podréis comenzar una nueva vida, en la que el servicio al Señor os hará libres. Pronto tendréis nuevas de los Designios del Creador para vuestras vidas y … tierras.


Tomó aire e hizo una pausa para ver el efecto de sus palabras. En la penumbra pudo distinguir varios rostros conocidos, todos ellos consternados. Incluso pudo reconocer a la oronda cocinera que .. le mostró la lengua lascivamente desde un rincón. Ecayus sintió repugnancia pero también un conocido cosquilleo. Ante la inminente y humillante reacción de su cuerpo, Ecayus dio por terminada la ceremonia y salió de la Iglesia con su séquito de soldados y monjes.


Tras unos instantes la gente abandonó el templo, totalmente consternada por lo visto y oído.


En el atrio de la Iglesia se encontraron con Uztai, que mostraba unas calzas y ropas aparentemente desgarradas por una fiera.


- Txeru, ¿no es ésta la ropa de Martxel?

martes, 25 de noviembre de 2008

8.Comienza la misa

La pequeña iglesia estaba abarrotada. Y completamente a oscuras.


La ceremonia de conmemoración de Todos los Santos Martires y Los Difuntos había sustituido al rito tradicional del Samhain, fiesta del fin de las cosechas y de preparación para el oscuro invierno.


Desde luego ya no había una semana completa de celebraciones, tras la que iniciar el año nuevo celta. Tampoco la Iglesia habría permitido la salvaje fiesta de los espíritus, de la que a veces parloteaban con una chispa en los ojos los abuelos, que habían vivido su juventud más en las relajadas bordas que en el disciplinado pueblo.


Pero el caso es que una pequeña muchedumbre se había congregado en el interior de la iglesia. Los frailes habían relegado una vez más al cura y estaban al mando de la situación. A una señal las pequeñas ventanas se cubrieron con telas que ocultaron el resplandor lunar y las velas fueron apagadas. La pesada puerta se cerró de golpe con estrépito.


Un murmullo nervioso recorrió a la multitud, varios niños lloraron, las mujeres buscaron el brazo de sus hombres y éstos acariciaron inquietos el mango de cuchillos y amuletos.


En la oscuridad varios frailes y ayudantes distribuidos por la iglesia profirieron al unísono gritos agónicos y terroríficos. Algunas personas comenzaban a sollozar. Pasados unos instantes se hizo otra vez el silencio tenso en la oscuridad.


En ese momento se abrió de nuevo la puerta y penetró en la iglesia el flamante abad de Zeia Zaharra flanqueado por cuatro antorchas y vestido con sus mejores galas. Casi con temor reverencial, la gente le abrió paso hacia el altar, mientras el abad les mostraba un adusto rostro, casi iracundo.


Ecayus había preparado con mimo la ceremonia. Era su presentación al pueblo de Egillor y quería dejar bien clara su supremacía espiritual y jerárquica. En escasos días había sufrido dos pequeñas humillaciones y probablemente el populacho ya estaba chismorreando. La mayor parte de aquella gente eran sus labriegos, campesinos obligados a cultivar sus tierras y a soportar primicias y diezmos. En la práctica un abad era un señor feudal más.


Y por Cristo que el nuevo señor de Zeia zaharra venía dispuesto a cambiar las cosas.

jueves, 13 de noviembre de 2008

7.Los últimos del Clan

Al cabo de un rato la alegre comitiva llegó hasta la planicie de Mortxe. Desde allí hasta el dolmen de Korostegi les separaba una escasa media hora.

El megalito funerario se encontraba situado en pleno raso del Mortxe, a escasa distancia de la cima. Más al sur se hallaba el dolmen de Larrola, en desuso desde hace ya tiempo, y hacia el oeste otros dolmenes utilizados secularmente por las gentes de Goñi.

Estructuras empleadas durante miles de años para los ritos funerarios de los humanos de estas tierras, poco a poco fueron cayeron en desuso ante las nuevas costumbres y reglas, ni mejores ni peores, sólo diferentes. La sociedad cambiaba las creencias animistas y los seres a una vez fabulosos y cotidianos por una religión monoteísta que fundamentaba una férrea jerarquía piramidal eclesiástica. Un nuevo e incontestable poder que nada tenía que ver con el poco más que prestigio social de chamanes y druidas.

En nada de esto pensaba el grupo que llegaba al dolmen utilizado por sus padres y por los padres de sus padres. El lugar donde habían despedido a todos y cada uno de sus antepasados y amigos. Cada vez menos numerosos, eran conscientes de protagonizar los últimos estertores de una era que agonizaba al rayar el nuevo milenio.

Pero en aquel momento, bajo el influjo de Ilargi y las estrellas, con las nubes sólo asomadas al crestón de Saldise y envuelto por el frío de la noche, el pequeño grupo sentía una vez más correr la bravura de su tierra por las venas y se sentía dichoso al festejar a su modo la partida de Iluna.

Junto al dolmen se encontraba preparado un montón de leña de unos dos metros de altura y coronado por un ligero andamiaje. Descabalgaron el cuerpo de Iluna y lo colocaron en el andamio. Entonces June, su discípula y bisnieta, prendió fuego a la pira funeraria. Se dispusieron a una distancia prudencial en torno a la incipiente hoguera y siguieron su animada charla, consumiendo nuevos bebedizos y trasegando abundantes cantidades de vino y cerveza.

Las convenciones sociales del valle fueron quedando atrás y los instintos que gobiernan de la misma manera a hombres y bestias recuperaron sus dominios. El fuego proyectaba su danza de luces y sombras mágicas mientras que la subida de temperatura fisica y mental se hizo patente hasta abrasar a hombres y mujeres por dentro y fuera.

Los cuerpos ya desnudos del grupo se contorsionaban imitando a Herensuge, a Gaueko, a Tartalo, pero también a Otxoa, Hartza, Katamotza, los seres de su universo en una espiral de excitación que culminaría en una orgía que cerraba en el mismo acto la muerte de Iluna y la concepción de nuevos seres del clan.

El ritmo bitonal retumbaba en sus sienes mientras el cosmos observaba la ceremonia ancestral de los duguna, los que tienen y son.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

6.Comitiva nocturna

Llevada del ramal por June, la mula acarreaba sin dificultad el menudo cadáver de Iluna.

Había muerto a la desmedida edad de 68 años y nadie había oído hablar jamás de una persona tan vieja, ni en el Valle ni en el resto del Reino. Hasta el fin de sus días había desempeñado su papel de curandera, comadrona, consejera, mediadora y hasta juez en las disputas entre vecinos. Era la única persona conocida que había nacido en el milenio anterior y de alguna manera con su muerte un tiempo terminaba definitivamente en el valle de Garaño.

La comitiva ascendía por el camino de la Urdintxa iluminada por la fantasmagórica luz de una luna radiante. El cortejo no era todo lo silencioso que habría sido recomendable ya que comenzaban a aflorar los efectos euforizantes de las infusiones tomadas en casa de June antes de partir. Hubo quién incluso hizo uso de ungüentos estimulantes de belladona en las partes pudendas, en previsión de lo que se avecinaba. En todo caso no hubo ningún signo de actividad o alarma desde el barranco y Monasterio de Zeia.

Era una veintena de personas allegadas a Iluna que aún profesaban los antiguos ritos. La noche era de un frescor vigorizante pero sólo unas abultadas nubes asomaban por los cortados de Saldise. Cuando el grupo acabó por salir del bosque cerca de Txangulundi, el algarabío era ya considerable. Dos hombres caminaban cerrando la marcha.

- No están mal vuestras exequias, Uztai- dijo Toñus
- La Cristiandad ha transformado en desdicha y llanto lo que tan solo es parte de la rueda, amigo mío-

Dicho esto Uztai se detuvo a orinar mientras la gente se fue alejando ladera arriba. Sentía como los primeros efectos de las drogas estaban alterando su percepción. La belleza de las sombras era inquietante, incluso algo opresiva. Además intuía que era una noche especial. Estaba seguro de que Iluna había escogido aquel preciso día para morir por algún motivo concreto y ... ¿qué sonido lejano era aquel? ¿ranas? ¿en noviembre?. Aguzó la vista hacia Korraleberri auxiliado por la luna. La cacofonía cesó de repente y la brisa nocturna trajo fragmentos de una arcana tonada que le provocó un escalofrío en la espina dorsal.

El escalofrío se transformó en algo más cuando observó una mancha informe desplazándose hacia el Sur por el pastizal de Oianburu. Parpadeó, pero cuando volvió a centrar la vista la mancha seguía allí, transformada en una caterva de árboles gigantes bajando por la ladera hasta fundirse con el bosque cerca de La balsa de la Esperanza. Un segundo después ya no sabía qué es lo que había visto exactamente. ¿Había contemplado un movimiento de los inmemoriales suhaitzak, de los que sólo se hablaba en los fogones? ¿o simplemente la sombra de un nubarrón bajo la luna?

Terminó de orinar, se ajustó a la espalda su inseparable arco y a paso más que rápido recortó distancias con la cada vez más alegre comitiva. Al pasar bajo un grupo de grandes robles percibió un olor peculiar, como de moho y tierra, de cuero y musgo, un efluvio de sabor eterno que ya había experimentado en otras ocasiones, pero no de forma tan intensa.. el ente estaba cerca..

Apretó aún más el paso y alcanzó a sus amigos cerca de Bagotxarri
-Una noche asombrosa- dijo Toñus mientras con una mano le alargaba un odre lleno de cerveza y con la otra ceñía el talle de una neska de Izkue
-Ya lo creo- respondió a duras penas Uztai, y antes de dar el trago más largo de su vida a un odre añadió:

-Sospecho que no somos los únicos que estamos de ceremonia esta noche .

miércoles, 5 de noviembre de 2008

5.Encuentro en el bosque

El fraile miró aprensivamente a su alrededor. Se había detenido justo en el borde de un claro del bosque y trataba de identificar el origen de la voz. El sofoco le impedía pensar con claridad y no atinaba a localizar a su interlocutor. Además, oír palabras en latín en mitad de la selva de Zeia era desconcertante en esta tierra euskara.

Súbitamente localizo un cuerpo en posición extraña a escasos veinte metros de distancia. Cuando se concentró en la imagen, se dio cuenta de que se trataba de un animal que colgaba semidespelletado de una rama

A su lado, un hombre le apuntaba con un arco en posición de disparo.

-Confesión!

Ecayus no comprendía bien a que se refería el hombre y permaneció unos instantes sin reaccionar. El arquero disparó y la flecha se clavó profundamente con un ruido sordo a escasa distancia del rostro del fraile. Con un movimiento de cabeza Ecayus miró espantado la flecha y para cuando se volvió hacia el arquero éste se hallaba otra vez en posición de disparo. La erección desapareció súbitamente.

-Secreto de confesión, fraile!

Así que era eso. El arquero había cazado un ciervo y ese era un privilegio reservado a la nobleza, aún más en terreno del monasterio de Zeia. Si admitía el secreto de confesión, el fraile simplemente no podría hablar del asunto sopena de arder en el infierno. Ecayus decidió que se trataba de un asunto menor, que el riesgo de ser atravesado por una flecha no era del todo desdeñable y además estaba el ridículo asunto de su pene.

-De acuerdo.

El arquero destensó el arma. Se trataba de un arco de guerra, como los que Ecayus había visto utilizar a los franceses en sus entrenamientos en los aledaños de Leyre. Hechos con madera de tejo y de casi la altura de un hombre, estaban diseñados para penetrar cotas de malla y escudos livianos. A veinte metros de distancia la flecha le habría atravesado como a una hogaza de pan..

- Los ciervos son propiedad del rey Sancho, campesino. No tienes derecho a esa carne.

- No te lo discuto fraile, pero el rey me debe mucho, no soy un campesino y esto es un corzo. En todo caso estoy profundamente arrepentido.

La socarronería era evidente, pero Ecayus no quiso alargar la situación y dio media vuelta para regresar al monasterio, huyendo de una escena incomoda por segunda vez en un escaso lapso de tiempo.

-Espera fraile. Llévate esto para ayudar a mi alma.

El arquero le tendió un cuarto trasero del animal, manchando de sangre el hábito ya sucio por la carrera a través del bosque. Ecayus no supo como rechazar el presente y regresó sobre sus pasos alejándose del claro con el bulto entre sus manos.

Cuando el fraile se alejó, un fornido hombre apareció junto al arquero con un cuchillo en la mano y prosiguió su trabajo con el animal.

-Jodido fraile, debe ser el nuevo abad- dijo sin dejar de despelletar el corzo.

-Sí Toñus, no parece otro fraile simplón y borrachuzo.

En ese momento se oyeron pisadas cercanas y ambos hombres se agazaparon junto al corzo. Instantes después una persona irrumpió en el claro portando una bolsa. Era el amo de Satostegirena.

-Eh!, que hacéis? aquí traigo unos cangrejos para celebrar lo de Iluna. Son de la poza de Aingeruiturri.

-Joder con el claro secreto… parece el puente en día de molienda- masculló Toñus

Los tres amigos se rieron de buena gana.

Mientras tanto el joven fraile llegaba al edificio del refectorio, con la pierna de corzo en brazos apenas envuelta con una bardana. No había manera de pasar a la cocina sin que todos los frailes que estaban cenando le vieran, así que lo hizo a buen paso. Al ir a entrar apresuradamente a la cocina se encontró de sopetón con la cocinera que salía con el caldero de gallina. La cocinera se apartó como pudo, pero ambos coincidieron en el quicio de la puerta. El prominente trasero de la cocinera fue a encajarse con la entrepierna del fraile durante unos eternos instantes de atolladero, lo que provocó la rápida respuesta del amotinado miembro del fraile.

-Por el amor de Dios… -musitó el fraile con la pierna de corzo aún en brazos.

miércoles, 22 de octubre de 2008

4.Ecayus

El joven fraile Ecayus no acababa de encontrar su sitio en el pequeño monasterio de Zeia. No era de extrañar. Mano derecha del abad Belasio en el magnífico Monasterio de Leyre, había sido instruido en la fe y en la disciplina, pero también en el conocimiento, en la medicina, en el latín, en el griego y hasta en las artes contables.

En 1067 Leyre se encuentra en pleno crecimiento, a menudo es sede real y su scriptorium es de lejos el mejor del Reino. Se cuenta que hacen falta varias vidas para siquiera ojear todos los libros, documentos y copias que atesora. Por si todo esto fuera poco, justo el día de su marcha se iniciaban los ensayos para adoptar el rito Gregoriano en los oficios. Un acontecimiento en las siempre rígidas y estacionadas normas eclesiásticas y en el que el propio Ecayus había trabajado junto al abad Belasio.

Sin embargo y tras dos años consecutivos sin noticias (ni ingresos) de Zeia, el abad Belasio decidió enviar al joven Ecayus a poner orden. Era habitual que los abades fueran preparando a los frailes más prometedores para su posible sucesión en el futuro. Zeia zarra era una de las múltiples posesiones de Leyre y lo suficientemente modesta como para que Ecayus pudiera resolver los problemas. Por supuesto Belasio pensaba en lo habitual: desorganización en la contabilidad, problemas con los aldeanos y cierta holgazanería y relajación de la regla en los frailes. Sin
embargo, había algo más. Belasio también quería poner a prueba la doctrina de Ecayus ante las vagas noticias de extrañas costumbres y ritos paganos en los feraces bosques que rodean a la fortaleza de Garaño.

En todo esto pensaba Ecayus mientras paseaba a la sombra de los gigantescos robles bajo los que se hallaban los modestos edificios de Zeia.

Nadie sabe quienes eran más viejos, si los milenarios robles o el viejísimo monasterio de Zeia zarra, ya nombrado como “el viejo” cuando fue donado hace cuarenta y cuatro años a Leyre por el rey Sancho el Mayor.

Pensaba en todo esto y en que no había encontrado ni una tumba en ninguno de los pueblecitos del valle.

Ni en el entorno de las iglesias ni apenas en el pórtico de Zeia. El Monasterio de Leyre recibía múltiples solicitudes y donaciones para yacer cerca de las mártires Nunilon y Alodia. Cabría esperar un fenómeno similar a escala reducida en Zeia. Pero… ¿dónde se enterraba a esta gente?

El paseo de Ecayus le llevó hacia el edificio del refectorio. Una casita de una sola planta con muros de mamposteria. Hacía un rato que había visto a la oronda cocinera entrar con dos gallinas decapitadas. Desde la desproporcionada chimenea se elevaba un hilo de humo con efluvios a leña y ave. Los demás frailes aún no habían vuelto de sus labores, así que se sentó enfrente de la ventana de la cocina mientras la mole de Morxte ocultaba el sol.

Tras la ventana parcialmente empañada Ecayus adivino el rostro de la cocinera trasteando con los cacharros. Luego se fijó en el vidrio de la ventana, de bastante buena calidad y con una forja tradicional de la zona.
Para cuando el Joven fraile quiso darse cuenta, estaba viendo los pechos desnudos de la cocinera, que aparentemente se estaba lavando el pelo mientras se terminaban de guisar las gallinas.
Quedó como hipnotizado por la visión. Nunca había visto a una mujer desnuda ya que eran las monjas las que se ocupaban de ellas en los hospitales cuando había que examinarlas.

En ese momento pudo ver como una sombra se colocaba tras la mujer y le agarraba los pechos. La cocinera, sin volver la cabeza, apoyo las manos en la mesa mientras comenzaba a moverse rítmicamente. Ecayus solo podía mirar los pechos de la mujer que ahora libres se movían adelante y atrás. Cuando alzó un poco la vista hacia el rostro sudoroso de la cocinera se dio cuenta de que, sin dejar de moverse, ésta le miraba fijamente con la expresión mudada por el placer.

El joven fraile ya no pudo soportar más la situación y comenzó a correr ladera arriba siguiendo el curso del barranco de Zeia. La maraña de vegetación y la escasa forma física le hicieron parar al poco rato, sudoroso, con la respiración entrecortada, una evidente erección aún fácilmente visible a través de la sotana y el rostro libidinoso de la cocinera en la mente.

Oyó entonces una voz burlona: ¿Quo vadis fraile?

domingo, 19 de octubre de 2008

3.El pueblo

Egillor estaba creciendo.
Todos sabían que los árabes habían arrasado el castillo de Garaño un siglo antes. Esa era una batalla más del gaztelu, pero en lo que a los aldeanos se refiere, lo importante es que el correspondiente incendio de la aldea de Garaño provocó movimiento de gentes y la construcción de algunas casas nuevas en Egillor.
Ahora el pueblo bullía con nuevas ideas, originadas por la sangre nueva y por la injusticia. El valle de Garaño estaba ocupado por monasterios que eran usados por los diferentes reyes como moneda de cambio y la población era enteramente labradora. Por el contrario en el resto del valle de Ollo los privilegios y títulos nobiliarios abundaban.
Llovía en Batzarreuntzea y de nuevo hubo que acometer el batzarre en una de las casas. Los presentes apenas cabían en la constreñida habitación y los pequeños no dejaban de gritar y reñir pese a los pescozones que les propinaban sus progenitores. Los más viejos estaban sentados en el escaño cercano al fuego y las demás personas dónde podían. La batahola era considerable.
Habían acabado de preparar una batida para dar muerte a una loba en el otsoportillo próximo a las eras de Zeia (seguro que a esto los monjes no se negarían porque poseían ganado). También habían hablado sobre las exageradas tasas que imponían los frailes por el uso del molino del río.
Entre el humo y los gritos de los críos alguien soltó un soniquete que todos conocían: “al final va a haber que hacer algo… necesitamos un sitio donde juntarnos y tomar decisiones… nunca nos tomarán en serio en el resto del valle…ni los frailes…
En todo caso hubo que oír también al viejo Feli, que informaba de que estando “en el monte” (todos sabían lo que buscaba entre las matas) notó temblar la tierra y le pareció ver “algo” pavoroso. Tras unos momentos de silencio alguien le espeto que era un viejo loco que quizás ya no distinguía unas setas de otras. Todos rieron y se dio por finalizado el batzarre.
Los vecinos se fueron retirando y unos pocos quedaron y se acercaron más al fuego. Se hizo el silencio. Una o dos tazas humeantes elaboradas con inspiradoras hierbas circularon de mano en mano.
- Una nueva era ya está aquí, el silencio se extiende en el bosque. Sólo los suhaitzak más ancianos parecen querer comunicarse.
- De Balun a Txurrio no percibo más que vagos susurros
- Ya sabíamos que esto iba a pasar. Es el Milenium, joder
- Sí. Y la Iglesia se extiende como una sombra a golpe de espada.
Los cuencos humeantes volvieron a pasar. Todos miraban al fuego.
- Iluna va a morir hoy. Hay que prepararlo todo.

jueves, 16 de octubre de 2008

2.Prefacio

Corre el año 1067.
Reina en Navarra el rey Sancho IV, que será el último representante del linaje de los Jimeno. Hoy guerrea con sus primos en la guerra de los Sanchos. Mientras los reyes disputan sus asuntos de familia, las gentes soportan impuestos y reclutamientos.
En el valle de Garaño el muy antiguo monasterio de Zeia zaharra se ubica en un pequeño barranco abrigado de los vientos y cobijado por grandes robles. Como es habitual, ha ocupado un enclave de importancia pagana (Zeia zarra= la vieja cueva), asimilando los lugares importantes para las creencias precristianas(fuentes, cuevas, cimas, arroyos). Se trata de un pequeño monasterio dominico donado por Sancho el Mayor a Leyre, que se encuentra en plena expansión gobernado por su abad Belasio. Desde Leyre ha llegado un joven fraile para poner en orden las cuentas (y las licenciosas costumbres) de Zeia zaharra.
Por su parte, los aldeanos rozan constantemente con Zeia y otros monasterios, que ocupan las mejores tierras y gozan de numerosos privilegios. El malestar es diario y no se trata tan solo de tensiones económicas. Las viejas religiones cuentan aún con muchos adeptos y la mayor parte de la población sólo está medio cristianizada.
En las reuniones secretas hay una enorme preocupación. La Iglesia comienza a abrir procesos Inquisitoriales por toda Europa y, sobre todo, hace algún tiempo que los jóvenes árboles no hablan.

lunes, 13 de octubre de 2008

1. Un anochecer

El fraile anotó la última galera de trigo y recogió los legajos. Era tarde y la luz escasa en el interior de la pequeña habitación. Salió al

exterior y, como siempre en aquel lugar, se sintió observado. Inquietantemente observado. Se santiguó y se dirigió a su habitación.
Algunos de los seres también se durmieron con un último rumor de hojas estremecidas.