miércoles, 3 de diciembre de 2008

9.Oficio nocturno

Los cuatro soldados del Rey se detuvieron al pie de las escaleras del púlpito. La fluctuante luz de sus antorchas iluminaba fantasmagóricamente el rostro de Ecayus, que comenzaba a dirigirse a la atónita aglomeración.


Los aldeanos desde luego no estaban acostumbrados a semejantes coreografías y contemplaban pasmados al abad, que sobresalía sobre la penumbra entre las llamas y el humo de las antorchas. Quién supo se santiguó o musito rezos malaprendidos. Algunos creyeron ver en él al rostro de Sugaar, la serpiente macho que atraviesa el firmamento en forma de hoz de fuego.


Ecayus contemplaba satisfecho las bocas abiertas del populacho a sus pies. La mano derecha del abad de Leyre estaba tomando posesión de sus dominios. Belasio estaría orgulloso al ver que comenzaba a subyugar al valle de Garaño. Al calor del enorme hogar de Leyre lo habían debatido ambos varias veces: ¿porqué este valle, núcleo original del Reino Vascón de Pamplona, no contaba con un Monasterio de la grandeza de Leyre o Silos? Un caudaloso río, feraces bosques, grandes pastizales, antiguos caminos, cultivos, viñas, frutales, la omnímoda presencia de la más fuerte de las antiguas fortalezas, todo ello había hecho florecer varios intentos monásticos, pero siempre modestos. El prestigio de Zeia zaharra se basaba en su antigüedad, no en su importancia económica.


La verdadera misión de Ecayus comenzaba ahora: propiciar un nuevo y poderoso complejo monástico a partir de la semilla de Zeia zaharra. Un nuevo Monasterio hermano de Leyre y bien situado en Iruñerria. Un lugar que reforzase el peso de Leyre en el reino de Navarra. Por añadidura, un gran salto en la carrera eclesiástica de Ecayus, que había de comenzar por santificar aquellas tenaces gentes.

- Hijos míos.. estoy aquí para garantizar que cumplís los mandatos de nuestro señor -después de esta enigmática frase hizo una breve pausa- Corren noticias de ritos satánicos que contaminan y llenan de inmundicia las tierras de Zeia-zaharra.


Tan brutal afirmación hizo que la multitud se quedara aún más atónita. Todos esperaban una toma de contacto formal con el nuevo abad, al que habría que tomarle el pulso durante unos años hasta lograr un equilibrio más o menos estable.

De nuevo varias voces y gritos surgieron entre la penumbra:

- Dios os vigila !!!!

- Arderéis en un infierno eterno !!!

- Dios conoce vuestras almas pecadoras!!

- El Leviatán guía vuestros actos impuros!!!

La gente intentaba descubrir a los causantes de los gritos, pero era difícil en la penumbra.

Ecayus volvió a tomar la palabra. Clavando de hito en hito sus ojos en los rostros de sus vasallos dijo:

- Por el momento no merecéis un oficio en suelo consagrado. Debo conocer los nombres de los impuros que adoran a Satán y a deidades paganas. Después de haberos librado de ellos, podréis comenzar una nueva vida, en la que el servicio al Señor os hará libres. Pronto tendréis nuevas de los Designios del Creador para vuestras vidas y … tierras.


Tomó aire e hizo una pausa para ver el efecto de sus palabras. En la penumbra pudo distinguir varios rostros conocidos, todos ellos consternados. Incluso pudo reconocer a la oronda cocinera que .. le mostró la lengua lascivamente desde un rincón. Ecayus sintió repugnancia pero también un conocido cosquilleo. Ante la inminente y humillante reacción de su cuerpo, Ecayus dio por terminada la ceremonia y salió de la Iglesia con su séquito de soldados y monjes.


Tras unos instantes la gente abandonó el templo, totalmente consternada por lo visto y oído.


En el atrio de la Iglesia se encontraron con Uztai, que mostraba unas calzas y ropas aparentemente desgarradas por una fiera.


- Txeru, ¿no es ésta la ropa de Martxel?

1 comentario:

Casa Musurbil dijo...

¡Señor, qué deseas de nosotros, Padre Celestial!. ¡Ecayus, tu siervo, nos ha convencido de tu magnanimidad!.

Bueno, a todos menos a la cocinera, que no le quita el calentón ni la Vaporetta. Joé, qué tía...