domingo, 5 de abril de 2009

15. Masacre

Los acontecimientos se desarrollaron con rapidez.
Uztai y los suyos detectaron sorprendidos a la tropilla que se acercaba a las casas de la parte baja del pueblo. Parecían ladrones o algo por el estilo, aunque mostraban un cierto aire militar, propio de gentes familiarizadas con el ejército.
Tanto él como Lope eran soldados veteranos y contaban también con la ayuda de Iñigo y de un amigo suyo que portaba un artilugio que Uztai sólo había visto usar a los mercenarios genoveses, una ballesta. Aunque en su opinión se trataba de un arma inferior al arco por su aparatosidad y lentitud de carga, no cabía duda de que una vez dispuesta era un arma formidable y fácil de usar.
Tomaron sus pertrechos y salieron cuidadosamente de la vivienda.

Se apostaron tras la casa del Señor de Goñi y observaron la situación. La avanzadilla de la tropa de mercenarios se encontraba cerca de Betikoetxea y el resto, unos 12 hombres, avanzaba a campo abierto desde la regata de Sagarmin. Iban regularmente equipados y no portaban armaduras ni escudos.

Lope, Iñigo y una docena de personas más salieron huyendo y gritando por el camino hacia el puente.
El grupo de mercenarios al completo se lanzó a por ellos atajando por los campos, visiblemente regocijados por la estampida de los habitantes del pueblacho y por las voces agudas que delataban la presencia de siempre apetecibles mujeres. La playa de Egillor se hallaba sembrada de cereal de invierno y carecía de cualquier tipo de arbolado o edificios.

El más lento de la tropa ni siquiera oyó el silbido antes de caer al suelo.

Uztai estaba situado en una posición cómoda y dominante en la tapia de Satostegirena, con un montón de flechas clavadas ante sí y disparando su arco hacia los hombres que, pasada la euforia de los primeros momentos, se movían torpemente en el campo reblandecido por las lluvias de noviembre.
Se encontraban a unos cien metros y caían ya como moscas. Un arquero entrenado disparaba 15 flechas por minuto y a esa distancia al menos 5 de cada 10 flechas daban en el blanco. Pronto había tres hombres en el suelo inmóviles y otros tantos arrastrándose malheridos. El grupo de Lope comenzaba también a hacer funcionar la ballesta a más corta distancia desde el camino.

Con el campo despejado, Uztai suspiró. Las mismas sensaciones que hace un año en Hasting. La misma devastadora eficacia de un arquero entrenado. Los enemigos caían como la hierba ante la guadaña. Un arquero experto con años de práctica era invencible a cierta distancia a campo abierto y aquellos hombres no habían tenido ni una sola oportunidad. El arco no era aún un arma de guerra común en Europa y poca gente sabía manejar un verdadero arco galés.
Mientras tanto Lope e Iñigo daban finalmente cuenta de los pocos infelices que, atravesados de flechas, se mantenían aún en pie. El hacha y la espada cumplían así también su milenaria labor con los infortunados malhechores de forma eficaz y más tradicional.

Uztai recorrió lentamente la distancia que le separaba de sus camaradas. Lope estaba agachado y limpiaba su cuchillo en la capa de uno de los asaltantes, que curiosamente carecía de ambas orejas. Luego Lope dirigió su mirada hacia la loma de Zeia.

-Que decía aquí el amigo que esto tiene que ver con nuestros ilustres visitantes-. Hizo una breve pausa y con una risotada le arrojó una enrojecida y amputada oreja a Uztai, mientras le espetaba: -¿Me oyes?.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Ahí ahí! jaleo!
Y estos de egillor! que internacionales... ¿donde dices que estuvo el uztai este? guerreando con los ingleses?
ole! muy wapa la entrada!

Casa Musurbil dijo...

Joé, ¿y te has cargado a todos?. Podías haber cogido a uno para preguntarle quién les había contratado o algo.

Seguro que si excavamos en la playa aún encontramos algún hacha.

Buf, ¿ya me toca?. Mmmmh

David dijo...

Así mejor???