viernes, 16 de diciembre de 2011

20. Pensamientos


El corzo ramoneaba suavemente los amentos de un avellano. El animal se movía con extrema delicadeza, como flotando sobre el tapiz de hierba blanca y quebradiza por la helada mañanera. Pequeñas nubecillas de vapor se desprendían de sus fosas nasales, disolviéndose tras una breve ascensión. Se trataba
de un macho de buen porte, dueño y señor de Oianburu. El mes de noviembre empezaba a marcar ya el inicio del invierno y pasados los meses de abundancia otoñal los corzos comenzaban a frecuentar los claros del bosque, en busca del abundante alimento de estas zonas.
De cuando en cuando, el animal tensionaba el cuerpo por completo y giraba la cabeza atento a los pequeños sonidos del amanecer helado, con las orejas enhiestas y la mirada expectante, atento a cualquier señal para perderse en la espesura como un rayo. Al rato se relajaba, volviendo al manjar que le ofrecía el avellano.Levantó de nuevo la cabeza para alcanzar el avellano, pero nunca llegó a catarlo de nuevo.

El siseo de una flecha terminó en su cuello. Sintió como la garra del pánico le atenazaba las vísceras y ya sólo pensó en correr y correr.

Tras la huida del animal hacia la espesura, un pequeño rastro de sangre quedó en el suelo, resaltando sobre la hierba antes escarchada.
El cazador se arrodilló junto a la sangre y la tocó con los dedos.
-Poca sangre- murmuró Uztai para sí mismo. Chasqueó la lengua. Ello significaba una herida no vital y una persecución prolongada de la pieza, hostigándola para mantenerla en movimiento y provocar su desangramiento. En todo caso un corzo herido no tenía ninguna probabilidad de escape. Se acomodó el arco y el carcaj, dispuso el cuchillo a mano y se internó en el bosque atento a los rastros dejados por el animal.
Mientras los ojos de Uztai detectaban de forma rutinaria aquí y allá las gotas de sangre dejadas por el corzo, su cerebro comenzó a rememorar los hechos de los últimos días. Lo que parecía un apetecible juego nocturno con June acabó con una extraña encerrona en la Isla. Aquellos hombres encapuchados –creyó reconocer alguna de las voces- le soltaron una perorata acerca del fin de los tiempos antiguos, de la fractura entre el hombre y la danza de la tierra. Uztai era un hombre sencillo, seguía algunas de las viejas costumbres, pero como la mayoría de las personas no ahondaba en el significado profundo de las mismas. Simplemente le proporcionaban una huída de las rígidas y arbitrarias normas de la religión cristiana, tan cercanas al poder terrenal de nobles y reyes. Además de ello, los encapuchados le susurraron algo más concreto y tangible. Le dijeron que Ecayus quería establecer un nuevo Monasterio. No al modo de los pequeños monasterios de Zeia o Aizpurdi, sino que ambicionaba una sede que rivalizara con Leyre o Irache. Y para ello pensaba hacerse con todas las tierras y propiedades del pueblo, pasando a cuchillo a quien se opusiera a sus propósitos. Y también le dijeron que anduviera ojo avizor, ya que Ecayus disponía ya de una primera lista de seguidores de las viejas costumbres. Por ultimo le refirieron que podría contar con la ayuda de algunos poderosos seres en su lucha.
El rastro era fácil de seguir y Uztai continuó con sus cavilaciones. ¿Qué lucha? Él solo quería comprar una casa, tener una mujer sin pagar por ella y olvidarse de batallas y sangre. Además después de todo aquello se encontraba algo resentido con June, el silencio se había instalado entre ambos y su escasa habilidad
para resolver temas personales no le estaba ayudando mucho. Para colmo, el dulero de Asiain se había hecho con una parcela a la que Uztai le había echado el ojo, con lo que seguía sin casa ni proyecto firme alguno.
El corzo reclamó su atención de nuevo. El pobre animal se encontraba ya bastante débil y atravesaba lentamente una zona abierta y desprotegida. Volvió a montar el arco, tensó la cuerda, apuntó con cuidado y… observó atónito como algo se abalanzaba sobre el corzo, acarreándolo sin esfuerzo alguno y desapareciendo con él de nuevo en el bosque.
Tras la escena el claro quedó en silencio, como congelado. Un aroma indefinido a cuero, musgo, sudor y tocino rancio flotó en el ambiente durante unos instantes y luego se desvaneció.
Uztai notó como todos y cada uno de los pelos de su cuerpo se ponían de punta.

3 comentarios:

sergio dijo...

ay ay... como se entrecruzan las historias.... que wapa la descripción del corzo!!
me toca...!

David dijo...

jajaj, es que había que recordar un poco el argumento y ya total.... metemos a un ser de por medio. Es solo un descanso antes del climax final!!!!

Casa Musurbil dijo...

¡Que huele a tocino rancio!. Me parece que tendré que llevar a Martxel a darse un bañiko al río...

Joé, cómo se nota el alma de biólogo que llevas dentro!!!. Está muy guay; parece que se siente el frío de Noviembre.

Yo no sé cómo coño seguir la historia... ¿qué hago? ¿les ayudo a los aldeanos o les machaco a todos, incluido el Ecayus?. Pim, pam, pim, pam. ¡A tomar p'ol culo!