martes, 25 de noviembre de 2008

8.Comienza la misa

La pequeña iglesia estaba abarrotada. Y completamente a oscuras.


La ceremonia de conmemoración de Todos los Santos Martires y Los Difuntos había sustituido al rito tradicional del Samhain, fiesta del fin de las cosechas y de preparación para el oscuro invierno.


Desde luego ya no había una semana completa de celebraciones, tras la que iniciar el año nuevo celta. Tampoco la Iglesia habría permitido la salvaje fiesta de los espíritus, de la que a veces parloteaban con una chispa en los ojos los abuelos, que habían vivido su juventud más en las relajadas bordas que en el disciplinado pueblo.


Pero el caso es que una pequeña muchedumbre se había congregado en el interior de la iglesia. Los frailes habían relegado una vez más al cura y estaban al mando de la situación. A una señal las pequeñas ventanas se cubrieron con telas que ocultaron el resplandor lunar y las velas fueron apagadas. La pesada puerta se cerró de golpe con estrépito.


Un murmullo nervioso recorrió a la multitud, varios niños lloraron, las mujeres buscaron el brazo de sus hombres y éstos acariciaron inquietos el mango de cuchillos y amuletos.


En la oscuridad varios frailes y ayudantes distribuidos por la iglesia profirieron al unísono gritos agónicos y terroríficos. Algunas personas comenzaban a sollozar. Pasados unos instantes se hizo otra vez el silencio tenso en la oscuridad.


En ese momento se abrió de nuevo la puerta y penetró en la iglesia el flamante abad de Zeia Zaharra flanqueado por cuatro antorchas y vestido con sus mejores galas. Casi con temor reverencial, la gente le abrió paso hacia el altar, mientras el abad les mostraba un adusto rostro, casi iracundo.


Ecayus había preparado con mimo la ceremonia. Era su presentación al pueblo de Egillor y quería dejar bien clara su supremacía espiritual y jerárquica. En escasos días había sufrido dos pequeñas humillaciones y probablemente el populacho ya estaba chismorreando. La mayor parte de aquella gente eran sus labriegos, campesinos obligados a cultivar sus tierras y a soportar primicias y diezmos. En la práctica un abad era un señor feudal más.


Y por Cristo que el nuevo señor de Zeia zaharra venía dispuesto a cambiar las cosas.

3 comentarios:

Unknown dijo...

yepaaaa! toy acojonao! voy a llamar a mi forastero a ver si nos salva de esta...

Ta quedando que te pasas!

Casa Musurbil dijo...

Ole, ole... y ole

Lástima el pequeño (más bien nimio e insignificante) gazapillo del final:
"La mayoría parte de aquella gente eran sus labriegos..."

Je, je, je... la mano censora ataca de nuevo con ímpetu irrefrenable.

¡Ese Davidiano...!

David dijo...

ey cabrones!! lo hice ayer mas que nada para desahogarme despues de las super-reunion!!!!
Yo creo que hoy con un partidillo y unas kokretas de illaraka ya apaño la terapia!!!!
Yiiiijjjjaaaaa !!!!!!!!!!!!!