jueves, 13 de noviembre de 2008

7.Los últimos del Clan

Al cabo de un rato la alegre comitiva llegó hasta la planicie de Mortxe. Desde allí hasta el dolmen de Korostegi les separaba una escasa media hora.

El megalito funerario se encontraba situado en pleno raso del Mortxe, a escasa distancia de la cima. Más al sur se hallaba el dolmen de Larrola, en desuso desde hace ya tiempo, y hacia el oeste otros dolmenes utilizados secularmente por las gentes de Goñi.

Estructuras empleadas durante miles de años para los ritos funerarios de los humanos de estas tierras, poco a poco fueron cayeron en desuso ante las nuevas costumbres y reglas, ni mejores ni peores, sólo diferentes. La sociedad cambiaba las creencias animistas y los seres a una vez fabulosos y cotidianos por una religión monoteísta que fundamentaba una férrea jerarquía piramidal eclesiástica. Un nuevo e incontestable poder que nada tenía que ver con el poco más que prestigio social de chamanes y druidas.

En nada de esto pensaba el grupo que llegaba al dolmen utilizado por sus padres y por los padres de sus padres. El lugar donde habían despedido a todos y cada uno de sus antepasados y amigos. Cada vez menos numerosos, eran conscientes de protagonizar los últimos estertores de una era que agonizaba al rayar el nuevo milenio.

Pero en aquel momento, bajo el influjo de Ilargi y las estrellas, con las nubes sólo asomadas al crestón de Saldise y envuelto por el frío de la noche, el pequeño grupo sentía una vez más correr la bravura de su tierra por las venas y se sentía dichoso al festejar a su modo la partida de Iluna.

Junto al dolmen se encontraba preparado un montón de leña de unos dos metros de altura y coronado por un ligero andamiaje. Descabalgaron el cuerpo de Iluna y lo colocaron en el andamio. Entonces June, su discípula y bisnieta, prendió fuego a la pira funeraria. Se dispusieron a una distancia prudencial en torno a la incipiente hoguera y siguieron su animada charla, consumiendo nuevos bebedizos y trasegando abundantes cantidades de vino y cerveza.

Las convenciones sociales del valle fueron quedando atrás y los instintos que gobiernan de la misma manera a hombres y bestias recuperaron sus dominios. El fuego proyectaba su danza de luces y sombras mágicas mientras que la subida de temperatura fisica y mental se hizo patente hasta abrasar a hombres y mujeres por dentro y fuera.

Los cuerpos ya desnudos del grupo se contorsionaban imitando a Herensuge, a Gaueko, a Tartalo, pero también a Otxoa, Hartza, Katamotza, los seres de su universo en una espiral de excitación que culminaría en una orgía que cerraba en el mismo acto la muerte de Iluna y la concepción de nuevos seres del clan.

El ritmo bitonal retumbaba en sus sienes mientras el cosmos observaba la ceremonia ancestral de los duguna, los que tienen y son.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué bonito!

Anónimo dijo...

orgias! donde? cuando?